En el coloquio de IDEA los empresarios más representativos de la economía argentina aplaudieron de pie al presidente del directorio del Banco Central de Reserva de Perú, Julio Velarde Flores, cuando expuso sobre cómo hizo ese país para estabilizar su economía.
Perú, a lo largo de su historia, ha enfrentado desafíos económicos y sociales de diversa índole. Uno de los episodios más notorios en su búsqueda de estabilidad fue el ajuste económico que comenzó en la década de 1990. Este ajuste se dividió en dos etapas: la estabilización macroeconómica y las reformas estructurales. Aunque estos cambios generaron efectos positivos en términos de crecimiento económico, inflación y acceso a servicios básicos, también profundizaron una brecha dolorosa: la desigualdad social.
La estabilización macroeconómica, conocida por su «shock económico», se centró en reducir el déficit fiscal y la inflación. Para lograrlo, se implementaron medidas drásticas, como la liberación de precios, la eliminación de subsidios, la devaluación de la moneda y la reducción del gasto público. Estos pasos iniciales, si bien necesarios para restaurar la estabilidad, golpearon a los sectores más vulnerables de la sociedad.
Las reformas estructurales, que comenzaron en 1991, tuvieron como objetivo modernizar la economía peruana. Incluyeron la privatización de empresas públicas, la apertura comercial y financiera, la flexibilización del mercado laboral y reformas tributarias y financieras. Estas medidas impulsaron el crecimiento económico, redujeron la inflación y mejoraron algunos indicadores sociales, como la reducción de la pobreza y el acceso a servicios básicos.
Sin embargo, no podemos ignorar las sombras que arrojaron estas políticas: el desempleo aumentó, la precarización laboral se intensificó y la desigualdad social se profundizó. La brecha entre los que se beneficiaron del crecimiento y aquellos que se quedaron atrás se hizo más evidente. Además, el deterioro ambiental y el debilitamiento institucional plantean preocupaciones a largo plazo.
Por más que los empresarios argentinos se sangraron las manos aplaudiendo, como reclamando un ajuste igual, no es el modelo a seguir. Solo lo que se pretende es profundizar la ya dolorosa desigualdad social. Si hay que hacer sacrificios, que sean equitativos y que los beneficios alcancen a todos.
Además, la economía peruana demostró ser vulnerable a los choques externos, como la crisis financiera global de 2008 y la pandemia del COVID-19, lo que subraya la necesidad de políticas que fomenten un desarrollo sostenible e inclusivo.
En conclusión, el ajuste económico en Perú logró importantes avances, pero también profundizó la desigualdad social. Ahora, el país se encuentra en una encrucijada: debe buscar un equilibrio entre el crecimiento económico y la equidad social, promoviendo un desarrollo sostenible que beneficie a todos los peruanos y peruanas. Es un desafío que no puede pasarse por alto en el camino hacia un futuro más justo y próspero.
Además, por más que los empresarios argentinos hayan aplaudido hasta sangrarse las manos, el modelo de Perú, aplicado en nuestro país, deberá ser distinto y el sacrificio equitativo con una pronta salida que beneficie a todos, especialmente a los sectores de menores recursos que son los eternos postergados.
Por Raúl Ayala