Las historias se repiten de boca en boca: «Una amiga hizo la facultad con una de las hijas de él y siempre contó lo mismo. Ir a estudiar a su casa era incómodo, cada vez que las veía llegar las acosaba, era desagradable. Después de ir un par de veces no volvieron más», cuenta un tucumano.
Otro que ocupa un cierto lugar de privilegio y conoce el funcionamiento del poder local aporta lo suyo: «Si estaba en una reunión de Gabinete y entraba la secretaria le pasaba la mano por la pierna y los que estaban ahí se reían».
En Tucumán, y también en los lugares que frecuentaba Alperovich en Buenos Aires, su trato hacia las mujeres era tema de conversación. Cada vez que aparecía una chica en una reunión de Gabinete, en un evento social o en recorridas territoriales, Alperovich siempre daba la nota: que si era linda, que si la pollera le quedaba bien, que si el escote resaltaba. El tono, siempre, como si fuera un chiste. Y, alrededor, un séquito de aplaudidores lo festejaba.
Quienes lo conocen, cuentan que Alperovich dispuso de todo como si fuera propio: desde las cajas públicas o los cargos estatales hasta las mujeres. En la provincia, las avanzadas y los comentarios fuera de lugar de Alperovich son vox pópuli. Las historias de infidelidades se mezclan con los tejes políticos y el temor a hablar es una constante. “¿Quién garantiza que se investigue algo si tiene personas que trabajan para él en los tres poderes? Acá no habla nadie”, confiesa un periodista tucumano que prefiere reservar su identidad.
De hecho, hasta ahora, ninguna denuncia lo había golpeado. Las sospechas por corrupción tienen larga data y acumulan expedientes en la Justicia, donde jamás se presentó a declarar. También salió ileso -al menos por ahora- en la investigación por la muerte de Paulina Lebbos, la joven que murió en una fiesta organizada por “los hijos del poder” y que salpicó a Daniel, uno de sus hijos (ver recuadro). Sus detractores más fuertes dicen que no sólo gozó de impunidad y protección durante el kirchnerismo sino también en los años de Cambiemos. En el Senado duermen cuatro pedidos de desafuero en su contra que jamás avanzaron.
El caso de su sobrina se difundió mientras el ex gobernador vacacionaba en Miami, desde donde ensayó una primera respuesta. En sus redes sociales desmintió la acusación y reveló el nombre de la joven, que se mantenía en reserva. En un intento por mostrarse fuerte, afirmó que no iba a dejar su cargo en el Senado y que, a pesar de todo, planeaba asistir a la asunción de Alberto Fernández. Días después terminó por oficializar un pedido de licencia por seis meses y, en el peronismo, ya le empezaron a soltar la mano.
El viernes 22 de noviembre de 2019 el caso tomó estado público a través de una carta abierta escrita por la joven denunciante. “Durante un año y medio, mi tío violentó mi integridad física, psicológica y sexual”, aseguró. Los hechos habrían sucedido entre diciembre del 2017 y mayo de este año. El vínculo que unía a la denunciante y a Alperovich era personal (el padre de la mujer es primo hermano del ex gobernador) y laboral (ella trabajó bajo su mando desde diciembre del 2017 hasta mayo de este año). La denuncia no fue solamente pública sino que ese mismo viernes fue presentada en la Justicia de Tucumán y en la de Capital Federal, los dos lugares donde habrían sucedido los hechos.
“No queríamos que saliera a la luz y que el lunes todo el mundo se hubiera olvidado”, explicó entonces a Noticias la vocera de la denunciante, Milagro Marione. La presentación judicial de la mujer no fue un arrebato ni estuvo improvisada. Se pensó durante meses el cómo y el cuándo. El relato es crudo: “No quería que me besara. Lo hacía igual. No quería que me manoseara. Lo hacía igual. No quería que me penetrara. Lo hacía igual. Inmovilizada y paralizada, mirando las habitaciones, esperando que todo termine, que el tiempo corra”.
En la prensa tucumana todos cuentan que esto es así. De hecho, entre colegas siempre se advertían evitar entrevistas a solas con el ex gobernador. “Es un desaforado, nadie lo puede frenar”, reconoce alguien que lo conoce. Una anécdota puede sintetizar esta idea: “Hace un tiempo, en la casa de su ex secretario privado, hizo una reunión para agasajar a todas las periodistas mujeres, las únicas invitadas. Una no quiso ir porque conocía cómo era. La llamaron hasta la madrugada para intentar convencerla. Le mandaban mensajes”.
Las historias se repiten de boca en boca: “Una amiga hizo la facultad con una de las hijas de él y siempre contó lo mismo. Ir a estudiar a su casa era incómodo, cada vez que las veía llegar las acosaba, era desagradable. Después de ir un par de veces, no volvieron más”, cuenta un tucumano. Otro, que ocupa un cierto lugar de privilegio y conoce el funcionamiento del poder local, aporta lo suyo: “Si estaba en una reunión de Gabinete y entraba la secretaria, le pasaba la mano por la pierna. Los que estaban ahí se reían”.