En el ejercicio de la política, es fundamental que los dirigentes mantengan un compromiso inquebrantable con los valores éticos y morales que deben regir toda acción pública.
La búsqueda del bien común, propósito esencial de la política, jamás debe ser alcanzada a costa de sacrificar estos principios fundamentales.
Esta reflexión se torna especialmente pertinente a la luz de eventos recientes que han evidenciado la frágil frontera entre la crítica política legítima y el oportunismo irresponsable.
Un ejemplo claro de esto es la reciente conducta de una dirigente de la oposición, activa en redes sociales, quien aprovechó un episodio de salud del gobernador Gildo Insfrán para ganar visibilidad y capital político.
Durante el acto de conmemoración del aniversario de la provincialización de Formosa, el gobernador sufrió una descompensación, de la cual se recuperó rápidamente, encontrándose actualmente en perfectas condiciones.
Sin embargo, la reacción de esta dirigente opositora dejó mucho que desear en términos de respeto y humanidad.
Es importante subrayar que el gobernador Insfrán ha demostrado consistentemente su solidaridad con todos aquellos que han enfrentado dificultades de salud, independientemente de sus afinidades políticas.
Muchos de sus adversarios políticos pueden dar fe de su apoyo en momentos críticos, lo que habla de su profundo humanismo y compromiso con los valores que deberían guiar a todo servidor público.
El oportunismo político, especialmente cuando se basa en la vulnerabilidad de un ser humano, no solo es un acto de irresponsabilidad, sino que también socava la confianza pública en el sistema democrático.
Criticar a un adversario político utilizando su estado de salud no solo es moralmente cuestionable, sino que también muestra una falta de empatía y respeto por la dignidad humana.
La acción política debe estar siempre enmarcada en principios éticos sólidos.
La búsqueda del poder no puede justificar cualquier medio para alcanzarlo. Los dirigentes políticos tienen la responsabilidad de actuar con integridad y respeto, promoviendo un discurso constructivo y humanista.
Solo así podremos construir una sociedad verdaderamente justa y solidaria.
En conclusión, es imperativo que todos los actores políticos reflexionen sobre los límites de sus acciones y el impacto que estas pueden tener en la sociedad.
La búsqueda del bien común debe ser siempre guiada por valores éticos y morales, y nunca a costa de estos. La política, en su esencia, debe ser una fuerza de construcción y no de destrucción, de unión y no de división.
Y, sobre todo, debe ser un ejercicio de humanidad y respeto hacia todos, sin excepciones.