* Raúl Ayala
En una sociedad donde la brecha entre ricos y pobres se ensancha cada día, cabe preguntarnos: ¿es posible ser verdaderamente libre en condiciones de pobreza? Esta cuestión nos lleva a reexaminar el concepto mismo de libertad a la luz del pensamiento filosófico y la realidad económica actual.
Aristóteles vinculaba la libertad a la esencia humana, enfatizando la capacidad de decidir autónomamente.
Sin embargo, ¿qué autonomía real tiene quien vive en la pobreza? Sartre proclamaba que estamos «condenados a ser libres», pero ¿cómo ejercer esa libertad cuando las opciones están severamente limitadas por la falta de recursos?
Norberto Bobbio ilumina este dilema al introducir el concepto de «libertad positiva», que requiere no solo la ausencia de restricciones, sino también los medios materiales para ejercerla. Esta noción se alinea con la idea de justicia social, un concepto que emergió en el siglo XIX y fue desarrollado por pensadores como John Stuart Mill y John Rawls.
Mill, desde su perspectiva utilitarista, argumentaba que las acciones justas son aquellas que promueven la felicidad general. Sin embargo, ¿cómo podemos hablar de felicidad general cuando una parte significativa de la población vive en la precariedad?
Rawls, por su parte, propuso que las desigualdades solo son justificables si benefician a los menos aventajados de la sociedad.
Su idea del «velo de la ignorancia» nos invita a imaginar una sociedad justa sin saber qué posición ocuparíamos en ella, un ejercicio que seguramente llevaría a muchos a repensar las estructuras económicas actuales.
La justicia social busca equilibrar la balanza, proporcionando a todos los miembros de la sociedad las condiciones necesarias para una vida digna y el ejercicio efectivo de sus derechos.
Sin embargo, en un mundo donde el 1% más rico posee casi la mitad de la riqueza global, este ideal parece cada vez más lejano.
La verdadera libertad, entonces, no puede existir sin un mínimo de seguridad económica.
La pobreza no solo limita las opciones, sino que crea dependencias que erosionan la autonomía individual. Para ser genuinamente libres, necesitamos un nuevo contrato social que garantice no solo libertades formales, sino también las condiciones materiales para ejercerlas.
En este contexto, la justicia social se revela no como un lujo ideológico, sino como una necesidad práctica para la realización de la libertad.
Solo cuando logremos un equilibrio entre la libertad individual y la responsabilidad colectiva, siguiendo los principios de Rawls de igualdad de oportunidades y justicia distributiva, podremos aspirar a una sociedad donde todos sean verdaderamente libres para forjar su destino.
La búsqueda de este equilibrio es el desafío de nuestro tiempo. Debemos preguntarnos: ¿estamos dispuestos a sacrificar algo de nuestra comodidad individual en aras de una sociedad más justa y, por ende, más libre?
La respuesta a esta pregunta definirá el futuro de nuestra libertad colectiva.