El reciente cruce de Alejandro Fantino con Ricardo Darin por cierres de dependencias del Estado, por decisión de Javier Milei, no permite reflexionar sobre un tema polémico por su recurrencia e implicancia: el periodismo militante.
Se recordará la emoción de Fantino, quien lloró al recibir de Javier Milei su discurso manuscrito, como quien recibe un regalo de su ídolo, pero también otros llantos, como el de Víctor Hugo Morales con Néstor Kirchner, el de Jorge Lanata por Mauricio Macri cuando decidió irse a Miami para no criticarlo, y tantos otros.
Este tipo de periodismo, marcado por una agenda ideológica explícita, ha sido una constante en la historia argentina, y sus efectos nocivos siguen presentes en nuestra sociedad.
El periodismo militante se distingue por su falta de toma de distancia del pensamiento personal al informar hechos y su sesgo en la selección y presentación de la información.
En lugar de buscar la verdad y proporcionar un análisis equilibrado, los periodistas militantes priorizan la defensa de sus ideales y causas.
Esta práctica, que sacrifica la imparcialidad en aras de una agenda, no solo distorsiona la realidad, sino que también contribuye a la desinformación y la polarización social.
Argentina no es ajena a este fenómeno.
Desde sus primeros días como nación, hemos visto ejemplos de periodismo militante que han moldeado la opinión pública y han influido en la política y la cultura del país.
Esta tendencia ha evolucionado y se ha consolidado con el tiempo, demostrando que la manipulación informativa tiene raíces profundas en nuestra historia.
Uno de los aspectos más preocupantes del periodismo militante en la Argentina actual es la concentración de medios de comunicación en pocas manos.
El último mapa de medios revela una situación alarmante: gran parte de los medios están controlados por un pequeño grupo de empresarios y, notablemente, muchos de estos pertenecen al kirchnerismo. Ya no es el Grupo Clarín el gran cuco, que no te dice cómo pensar pero si en qué pensar. Pero no perdió poder de fuego en cuanto a infraestructura desde que Néstor Kirchner le otorgó la concesión de la conectividad, de internet.
Esta concentración contraviene los principios de pluralidad y diversidad informativa que se buscaban con la fallida Ley de Medios, promovida por el mismo sector político que ahora monopoliza gran parte del espectro mediático. Ley que nació muerta porque «olvidó» un aspecto clave para la producción y circulación de información en la segunda década del siglo XXI: la conectividad.
La concentración mediática y el periodismo militante son una combinación peligrosa.
Cuando pocos controlan la mayoría de los canales de información y estos medios promueven agendas específicas, se socava la capacidad del público para recibir una información equilibrada y veraz.
Esta situación perpetúa la manipulación de la opinión pública y erosiona la confianza en los medios de comunicación.
En este contexto, es vital recordar la importancia de la credibilidad para el periodista. Celebramos el pasado 7 de junio el Día del Periodista con la convicción de que la credibilidad es el mayor activo de nuestra profesión.
Un periodista que nunca ha escondido desde qué lugar informa u opina, y que ha mantenido su integridad y transparencia, se convierte en un faro de confianza en medio de la confusión y la desinformación.
El llanto de Fantino nos recuerda que existe una naturaleza humana detrás del periodismo y la responsabilidad que conlleva.
Frente a los intereses que buscan manipular a través de la prensa, debemos defender la credibilidad y la objetividad más cercana posible, como los pilares de un periodismo ético y comprometido con la verdad.
Solo así podremos contribuir a una sociedad más informada, crítica y democrática.